jueves, 23 de febrero de 2012

El caso del número discapacitado

  

'El caso del número discapacitado' perteneciente al libro de Juan José Millás y Antonio Fraguas “Forges” titulado Números pares, impares e idiotas (2001, Alba Editorial).

martes, 14 de febrero de 2012

Aceptar, reconocer y valorar al otro sexo desde la infancia

Aceptar, reconocer y valorar, tanto el propio sexo como el otro, es un proceso esencial para la vivencia y la expresión de la identidad sexual. Es importante que niños y niñas aprendan a aceptar que hay dos sexos y a no hacer de ello motivo de discriminación o de desigualdad. 
  
Saber que ningún sexo vale más que otro

Con frecuencia, en la infancia se reciben señales que llevan a creer que un sexo vale más que otro. Algunos ejemplos de estos mensajes son:
  •  Cuando se hace creer que los niños tienen algo más valioso que las niñas y que éstas, además, no tienen nada: “Los niños tienen pene y las niñas no”.
  •  Cuando se hace creer que los niños pueden hacer más cosas y mejor que las niñas: “Los niños pueden hacer pis de pie y las niñas no”.
  • Cuando se hace creer que en la reproducción los padres ponen lo más importante y las madres son sólo un recipiente: “Papá pone la semillita en mamá…”
Todo esto lleva a que muchas niñas asocien el descubrimiento de su sexo con ser incompletas, con no tener pene y no poder orinar de pie. Se identifican, por tanto, en negativo: “Soy niña porque no soy niño”.

Por el contrario, la visibilidad de los genitales masculinos y su sobrevaloración en nuestra tradición cultural, hace que muchos niños asocien su sexo con la potencia, la fuerza y el dominio, y no con la relación, el intercambio y la comunicación. Y esto es una gran limitación para el desarrollo afectivo y sexual de los niños.

En nuestra cultura, a través de éstos y otros mensajes, las niñas siguen aprendiendo que son “el otro sexo”. Esto, aunque les lleva a representarse desde la subordinación, les hace ser perfectamente conscientes de la existencia del otro sexo y aprenden, no sólo a aceptarlo, a menudo también a reconocerlo y a valorarlo.

Todo esto lleva también a que, con frecuencia, los niños construyan su sexualidad expresando el sentimiento de que ellos son el centro, el patrón, la medida. De esta manera, para ellos, la conciencia de la existencia del otro sexo se expresa considerándolo inferior, en lugar de reconocerlo y valorarlo.

Es importante, por tanto, que el niño sepa que tener un pene no implica tener ningún tipo de privilegios y que se trata de algo natural que lo hace diferente, pero no superior a las niñas. Es necesario también que las niñas conozcan que ellas tienen genitales propios: una vulva con un clítoris, un meato y una vagina; y que sepan que esta diferencia no las hace ni mejor ni peor que los niños, y que tienen las mismas posibilidades de disfrute y de juego que ellos.

Nombrar y mostrar la sexuación del cuerpo humano antes de que ellas y ellos muestren interés y curiosidad por este hecho es un modo de prevenir en las niñas el sentimiento de “ser menos o incompletas” o, al menos, de minimizarlo.

 Aprender del otro sexo

En el último siglo, las mujeres han encontrado los modos de ocupar y modificar espacios que hasta hace bien poco estaban vedados para ellas. De este modo, hoy en día, se pueden observar mujeres participando en actividades muy diversas, tanto dentro como fuera del ámbito doméstico, muchas de las cuales han sido consideradas tradicionalmente “de hombres”. Esto ha sido posible porque han dado valor, no sólo a su propia experiencia y deseos, sino también a la experiencia masculina.

Estos cambios han dado lugar a que las niñas tengan referentes más diversos que los existentes en otros tiempos. Aunque los estereotipos sigan pesando y siga siendo necesario motivarlas y apoyarlas para que diversifiquen sus juegos, estas transformaciones han hecho que manifiesten una mayor predisposición a probar todo tipo de juegos, actividades y experiencias.

Aunque algunos hombres también se han abierto a actividades que no han sido consideradas tradicionalmente apropiadas para su sexo, esta apertura no se ha dado de un modo tan generalizado y profundo. Este mayor inmovilismo tiene que ver con una falta de reconocimiento histórico a lo que son y hacen las mujeres, como si de la experiencia femenina no hubiera nada que aprender.

En determinados círculos se considera que cuando una niña se acerca al mundo de los niños gana algo que hasta entonces no tenía, mientras que cuando un niño se acerca al mundo de las niñas pierde algo porque deja de ser y hacer cosas consideradas realmente importantes. Esto es así porque cuando las niñas no son vistas, reconocidas ni valoradas, es común considerar que los juegos realmente divertidos son los que normalmente juegan los niños y se tiende a fomentar que ellas jueguen como ellos, pero no a la inversa.

Asimismo, es común considerar que no es bueno que un niño “trasgreda” el estereotipo masculino para que no sea discriminado ni sufra por ello en su futuro. Es un modo más de sobreprotección que le quita al niño la posibilidad de desarrollarse libremente. Este miedo tiene que ver con algunas ideas falsas: por ejemplo, pensar que si un niño se acerca al mundo de las niñas corre el riesgo de ser homosexual y que ser homosexual es un problema o enfermedad.

Estos mensajes llevan a que algunos niños no quieran acercarse al rincón de la casita en las escuelas infantiles. Sin embargo, para muchos, es el único espacio que tienen para poder expresar sentimientos, coquetear con su cuerpo, aprender a cuidar, etc., por eso, no ayudarles a reconocer lo que las niñas les pueden aportar, les puede suponer una gran pérdida.

Del mismo modo, la sobrevaloración de la experiencia masculina, hace que, en ocasiones, las niñas tiendan a imitar a los niños. Así, por ejemplo, diferentes experiencias dan cuenta de cómo normalmente las niñas se toman más en serio y con menos agresividad los mensajes y conversaciones relacionadas con la sexualidad, pero también es cierto que, pasado cierto tiempo, algunas imitan las actitudes más agresivas de los chicos cuando no son reconocidas y valoradas por sí mismas, y esto es una pérdida para unos y para otras.

Es importante, por tanto, ayudarles a reconocer y valorar, no sólo lo que son y hacen los hombres, sino también lo que son y hacen las mujeres. Para ello es necesario que las educadoras y los educadores den el mismo valor a las aportaciones de ambos sexos, de modo que entiendan que el trabajo no es sólo el trabajo remunerado y que reconozcan todas estas tareas como fundamentales para su propio crecimiento. 

Fuente: 
  1. ¿Cuáles son las consecuencias para las niñas el considerarse 'el otro sexo'?   
  2. En el caso de los varones, ¿cuáles son las consecuencias de considerarse el centro, el patrón, la medida?
  3. ¿Aprenden a valorar las mujeres las experiencias y los deseos masculinos? Pon un ejemplo concreto.
  4. Y en el caso de los varones ¿aprender a valorar lo femenino? Pon un ejemplo concreto.
  5. ¿Qué actividades, experiencias, deseos considerados tradicionalmente femeninos os parecen valiosos? 
  6. El que éstos sean también asumidos por los hombres ¿os parece una pérdida o una ganancia? ¿Por qué? 
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Trabajo-familia: una relación difícil

El incremento de la escolarización femenina, la participación creciente en la esfera pública y muchos de los esfuerzos y cambios que están protagonizando las mujeres suponen un éxito decisivo, aunque inacabado, porque están permitiendo a las mujeres acceder a la actividad extradoméstica sin que ello suponga la paridad de carrera profesional con los varones ni el acceso de muchas más mujeres a puestos laborales de primer nivel; bien al contrario, las diferencias en la carrera profesional aumentan conforme pasan los años, ya que las promociones laborales son más frecuentes para ellos que para ellas. 

Según Eurostat, las mujeres españolas ganan como media un 15% menos que sus homólogos masculinos, otras fuentes hablan de hasta un 33% de diferencia en el mismo puesto y con la misma responsabilidad. Diferencias que también se reflejan en las posiciones de poder.
Parece que el talento femenino no prospera ni se remunera igual que el masculino en el mundo profesional. Si el incremento tan notable de mujeres en niveles profesionales y técnicos que se está produciendo en la estructura laboral de nuestro país no se refleja paralelamente en la ocupación de puestos de primer nivel laboral, ello se debe a que para acceder y desempeñar con éxito puestos de dirección se ponen en juego otro tipo de aspectos que poco tienen que ver con la preparación curricular y el acceso meritocrático, que condicionan decisivamente las posibilidades de las mujeres.
Entre estos aspectos, ocupa un lugar central la lógica laboral que aún impera en muchas empresas de nuestro país, caracterizada por tomar como modelo de trabajador al varón y enfatizar las horas dedicadas a la empresa y/o la disponibilidad hacia la misma, obviando la evaluación de la productividad y la eficacia real de cada empleado/a. Desde esta lógica, las mujeres aparecen como las grandes indispuestas, y su trabajo como menos rentable, porque se las sigue asociando primordialmente con el ámbito doméstico.
Pese a su presencia creciente en el mercado laboral, haber demostrado sus capacidades, habilidades técnicas y formación, incluso aunque cobre menos, a las mujeres se las sigue viendo como alguien parcialmente ajeno a la empresa y con escasa disponibilidad (y este argumento se utiliza incluso contra aquellas mujeres que no tienen ese tipo de “cargas” porque, se dice, “ya las tendrán”).
Dada esta desconfianza hacia la capacidad de las mujeres para implicarse plenamente en su profesión, éstas van a ser vistas frecuentemente como candidatas problemáticas para un puesto  de responsabilidad laboral, por lo que, frente a la elección de un varón, seleccionar a una mujer se va a percibir como un riesgo.
Si promocionarlas es un riesgo, ellas, por su parte, tienen que “pagar” por transgredir la tradicional y asimétrica división de espacios y roles en que se sustenta la desigualdad de género: es decir, por entrar en un terreno, el del poder y el éxito laboral, que no se les adscribe socialmente. A las mujeres la promoción laboral siempre les sale más “cara”, pues a menudo tienen que hacer renuncias en su vida personal y, además, demostrar que son mejores que sus pares varones para ser promocionadas.
Y cuando acceden a puestos de responsabilidad laboral sufren penalizaciones. Una de las principales formas de penalización que sufren las mujeres radica en la creencia de su supuesta incapacidad “natural” para ejercer el mando, lo que nos devuelve a una visión naturalizada de las identidades tradicionales de género y de las capacidades y espacios que se les atribuyen a unos y otras, que sólo desaparecerá cuando percibamos como algo natural el desempeño del poder por parte de las mujeres y a los varones como corresponsables del ámbito doméstico-familiar.
En definitiva, conciliar implica cuestionar, primero, y transformar, después, el modelo tradicional de división sexual del trabajo. Para las mujeres, trabajar fuera del hogar es una opción legítima, incluso apoyada por la sociedad, pero difícil de llevar a cabo. Los cambios en la composición de la fuerza de trabajo tienen sin duda una incidencia clara en la organización familiar. El modelo tradicional, en el que el curso de la vida de hombres y mujeres se regulaba por diferentes patrones, ha sufrido cambios significativos. 
Con todo, el proceso de incorporación creciente de las mujeres al mercado de trabajo no ha venido acompañado de los cambios necesarios y suficientes para lograr que las diferencias entre los hombres y las mujeres desaparezcan, tanto en tasas de participación como en condiciones laborales, por lo que todavía estamos lejos de alcanzar una igualdad de oportunidades real o material.

Extracto del documento ‘De la conciliación a la corresponsabilidad: buenas prácticas y recomendaciones’, Instituto de la Mujer, 2008:


COMENTA AL MENOS UNA DE LAS SIGUIENTES CUESTIONES

1.- ¿Por qué trabajo remunerado y la familia se convierten en una relación difícil para las mujeres? ¿Cómo es esa relación en el caso de los hombres?

2.- ¿Qué significa el término corresponsabilidad?

3.- ¿Cómo podemos desde lo social contribuir a alcanzar la igualdad real entre mujeres y hombres? Pon un ejemplo concreto.


Podrás comentar esta entrada hasta el 4 de marzo de 2012